“A la larga, siempre se vuelve al origen, que es el guion” 

Charla con el autor Gabriel Mesa 

Experimentado creador, con décadas en la industria audiovisual como guionista en televisión, teatro y radio, ha trabajado en todos los canales de tevé abierta y colaborado para distintas productoras como Polka, Ideas del Sur, Promofilm, Turner, Disney, Nonstop, PepperMind, entre otras, realizando tareas como autor o director creativo de diversos proyectos, Gabriel Mesa es una referencia inevitable en el universo de la generación de contenidos de humor. 

Hijo del inolvidable y esencial Juan Carlos Mesa, incursionó en distintos géneros como comedia, novela, entretenimiento, humor y documentales, siendo tanto director de proyectos como parte de equipos ya conformados. Desde 2015 conduce y produce el programa Vivir de risa, que se emite los sábados en Radio de la Ciudad, donde se rescatan audios históricos, se analiza al medio con artistas vigentes, se invita a músicos a mostrar su material y se desmenuza esa tan especial actividad -el humor-, que acompaña a la humanidad desde siempre y que encierra grandes verdades, muchas veces enunciadas desde una aparente inocente sonrisa. También es el guionista de Deja que entre el sol, el ciclo conducido por Mario Pergolini en la plataforma Vorterix, y forma parte del equipo creativo de Ahora caigo, programa que protagoniza Dario Barassi en El Trece. 

Gabriel Mesa

 Estás muy compenetrado con tu ciclo radial, al cual siempre definís como una especie de “trinchera”. ¿Por qué esta denominación? 

Es que siempre digo que mi programa es una “trinchera del humor”, de resistencia. Es curioso, el humor fue desapareciendo de la televisión en sus formatos tradicionales para reconvertirse en otra cosa, de la mano de las redes, del streaming, con mucho talento… casi siempre. La gente joven dejó de ver la tele tradicional o no consume la radio como la conocimos nosotros. Eso nos dice algo. Y si uno no se mete a investigar, si no se aggiorna, queda como un cascarrabias, un nostálgico que piensa que lo pasado fue mejor y se queda afuera. Pero siempre hubo cambios y modificaciones; cuando era chico y escuchábamos a los Beatles, mi abuelo no entendía, rezongaba. Me decía “salí de ahí con esos pelilargos”. Eso se repite, pero hay que tratar de estar al día. Yo tengo 61 años y creo tener una cabeza abierta; nuestros hijos nos han educado también. El espacio de la radio, en definitiva, es un homenaje al humor de ayer mezclándolo con lo nuevo. Hago entrevistas y las combino con segmentos de humor anterior, con grabaciones históricas, de Landriscina, de Gila, de Niní Marshall. Y todo eso en convivencia con audios de Dani La Chepi, Nachito Saralegui, Luquitas Rodríguez, que son parte de lo fuerte que hay ahora en redes. Además, apelo mucho a la música en el ciclo. Armamos acústicos, busco artistas independientes, gente joven. Ahí también nos seguimos vinculando con los nuevos idiomas. 

 Cuando lo entrevistábamos a tu padre, señalaba que en los noventa se produjo un quiebre en la tevé de aire porque comenzó a abandonarse la figura del libretista de humor, dando lugar a que cada protagonista improvisara, con resultados a veces y como mínimo, desparejos.  ¿Coincidís con ese diagnóstico? 

Sí.  No voy a escupir al cielo. Ante todo, soy guionista, además estamos hablando acá, en Argentores (risas). He tenido la suerte de haber trabajado y vivido con gente que respeta muchos a los autores. A ver: recuerdo un programa que tenía nada menos que a Bob Hope y Groucho Marx. Cuando terminó el ciclo y alguien les apuntó que ambos eran “genios de la improvisación”, dijeron que no, que de ninguna manera. Lo que ellos improvisaban era pocos minutos.  Parecía improvisado, pero no lo era. Eso me quedó y nunca lo olvidé. Tuve la suerte de trabajar en la precuela de ChaChaCha, con Casero, Alberti, Posca, Alacrán. Y recuerdo que fue complejo hacerle entender a Casero que esa capacidad creativa que él tenía, la debía sostener desde un esqueleto que marcara dónde empezar y dónde terminar. Hay una estructura básica histórica que usaba Chaplin y es la misma que ahora usan los que hacen hoy humor en redes.  Los segmentos de humor que hoy circulan en YouTube, por ejemplo, son de forma clásica. Tienen un armado que podrían haber servido para capocómicos como Verdaguer, Marrone, Biondi, Olmedo o para los de Telecatapum. Reitero: fijate lo que pasa en el streaming. Parece muy improvisado, pero el contenido es central y si no se respeta, pasan pifies como ocurrieron varios el año pasado. Si hacés un sketch y es todo al voleo… te va a salir mal. A la larga, siempre se vuelve al origen, que es el guion. 

Juan Carlos Mesa

“El humor es como una bengala. Si se tira hacia el cielo, ilumina. Pero, si se arroja en la cara, lastima”, solés indicar en los reportajes. ¿Esa era una frase de Juan Carlos, no? 

Claro. Esa frase la acuñó cuando presento Mesamorfosis. Uno no puede limitar al humor, salvo que transgreda el sentido común. Hay cosas con la que uno no se debería meter: los temas de salud, las enfermedades, los defectos físicos. Hasta no hace mucho abundaban los chistes sobre sordos, ciegos, gangosos, etc. Por ahí no voy. 

Lo ingenuo y lo absurdo. Esos, según tu padre, eran los conceptos donde él trabajaba con comodidad. ¿Te pasa lo mismo, heredaste ese perfil? 

Sí. La gracia que causa universalmente un resbalón con una cáscara de banana, esas cosas, juntan bien lo ingenuo y lo absurdo. Me divierte mucho esos videítos en Tiktok donde un chabón asusta a la madre o a la abuela con ruidos raros, imprevistos. Es como el tortazo de Los tres chiflados. Los escritores en general y los humoristas en particular nos fijamos mucho en esas cosas de la vida diaria para después darle una vuelta de tuerca. 

¿Qué rescatás de tu paso por el teatro y la televisión? 

Le escribí un monólogo a Miguel Ángel Rodríguez, para un homenaje a la revista porteña tradicional. Y para otra obra, varios sketches donde estaban el Negro Lavié, Moria Casán y Patricia Sosa. Donde sí hice mucho fue en TV: Brigada Cola,  Agrandadytos, distintos realities, Sorpresa y media, documentales. 

¿Dentro del humor, se puede trabajar en grupo o se termina imponiendo la condición individual del autor? 

Claro que se puede. Y se debería más. Fui parte del equipo de No hay dos sin tres, con Pachu Peña, Pablo Granados y Freddy Villarreal. Pablo tuvo la viveza de armar un equipo grande de guionistas, algo nada común. Éramos como diez.  Poné a Francella tenía mucha gente escribiendo también. Debemos haber sido los últimos en tener tantos escritores. Siempre cito que el programa americano Saturday Night Live, que acaba de cumplir 50 años en el aire, trabaja con una cantidad de autores impresionante. Y de nivel altísimo. 

¿Quién fue para vos lo que el refinado humorista francés Jacques Tatí fue para Juan Carlos, es decir el faro creativo a seguir? 

Para empezar, mi viejo, claro. Más allá de eso, pertenezco a una generación que consumía mucho Monty Phyton. También disfruté algunos comediantes muy puntuales: Steve Martin, por ejemplo. Influido por papá, me maravillé con Buster Keaton. En esa línea, me acuerdo de un tipo muy gracioso que tenía “cara de nada”, un colega y amigo de mi papá: Jorge Basurto. 

“Humor redondo” en Canal 13

Hablando de este último.  El, con tu padre, más Carlos Garaycochea y Aldo Cammarota, hacían en Canal 13 Humor redondo: cuatro autores muy graciosos como columnistas haciendo chistes y un conductor (Héctor Larrea) coordinando todo. Algo medio impensado hoy. 

El secreto de esa receta era que se manejaban con chistes de autor, muy propios de cada uno. No había internet, nada. Yo lo recuerdo, era chico. Escribían para cada programa sus chistes durante toda una semana. Era tremendo. Hoy es impensado. Elegían tres temas de actualidad y le daban para adelante. Hoy serían el escándalo de las criptomonedas, lo mal que juega Boca, etc. Y cada uno tenía su estilo. Y había invitados ilustres. Se intentó más tarde, en los noventa algo así (Café Fashion), pero no era lo mismo, aunque tuvo éxito, era algo medio zarpado, border. Era otra cosa. 

Hablemos de la tensión entre el “cuento a lo Landriscina” -un relato largo, con mucha información y descripción, de estirpe provinciana, donde el remate corona al final la historia, casi como consecuencia- y el chiste de formulación ciudadana, muy corto, que va al grano y deja enseguida el paso al siguiente. 

En el ciclo de radio, el año pasado, le dediqué una edición a Landriscina y su particular modo de relato de humor. “A mí me dicen que soy larguero -decía Luis-, pero es que soy provinciano; el tema es que el porteño no tiene tiempo”. Mi abuelo, un andaluz divino, cuando relataba algo, tardaba una eternidad, cada cuento no acababa más. Nosotros lo apurábamos, le pedíamos concisión, el remate. “No se puede hablar con ustedes, hijos de puta” (risas), decía.  Y eso pasó de generación en generación. Papá, contando, también era largo. Y me pasa ahora con mi hija. Le quiero contar algo, empiezo y al instante me dice “¡Redondeá!”. En este humor vertiginoso de hoy, yo me río mucho con los memes, con lo que se publica a segundos de haber pasado algo. El meme tiene ingenio de verdad. Es una nueva forma de humor. Pero, igual, disfruto el relato largo, a lo Landriscina, porque cuando él te cuenta algo, te está describiendo veinte historias al mismo tiempo, Es maravilloso. 

 Él dice siempre que en el humor es más interesante el “ir yendo” que el “llegar”. 

Es verdad. Pero son muy pocos los que tienen ese don del relato extenso, ¿no? Esa impronta la encuentro también en Cacho Buenaventura, cuando relata ciertas cosas. 

¿Cuál es el secreto rol que tiene el humor en la actualidad? 

Curar. Sanar. Yo a todos los entrevistados en la radio suele preguntarles si no considera que hacer reír no es poseer algo así como un superpoder. Todos dicen que sí. Refleja lo mejor de nosotros. 

¿Cuál es el sector social más amigable con los humoristas? 

Mi viejo decía que hacer reír primero a las mujeres es clave. Que había que conquistarlas, que eran más duras que los hombres. Porque, si se ríen, el partido está casi ganado. Me acuerdo de que, en Mar del Plata, los primeros chistes eran para el público femenino en la platea para que “arrancara” la cosa. La teoría era: “Acá, el tipo que fue a la playa todo el día, seguro que no quiere ir al teatro a la noche. Hay que convencer a las esposas. Son las que dicen “cambiate, ya compré las entradas”. Los llevaban casi de prepo. En el mundo del humor teatral hay muchas de estas teorías raras, como la de Nito Artaza que decía que en los días de humedad, las funciones son malísimas, la gente no se ríe. Tiene razón. 

                                                                                                                                                 L.C.