Pedro Levati y la serie "Un león en el bosque"
Historia de una familia con un niño autista

Siempre es reconfortante la aparición de alguna producción nacional de calidad en el espacio audiovisual, pero lo es mucho más en estos días en que el sector sufre una conocida e indiscutida crisis, en particular por las dificultades económicas que hay que afrontar para realizar cualquier proyecto y, en el caso específico del cine, por el retiro de todo el apoyo en subsidios que ofrecía el Estado en otros tiempos y que ha cesado desde la asunción del actual gobierno nacional. No habría más que leer un reciente comunicado que emitió a fines de mayo del Consejo Asesor del INCAA, en el ámbito cinematográfico, para conocer la parálisis que soporta ese medio y algunas de las razones de ella. El caso al que nos referimos y que provocó estas líneas es una serie en ocho capítulos titulada Un león en el bosque, estrenada el 14 de septiembre del año pasado en la plataforma Flow y coproducida entre Kuarzo Entertainment Argentina e Idealismo Contenidos. La historia, a su vez, fue dirigida y escrita por Mariano Hueter, su creador, junto a Pedro Levati.

Un león en el bosque aborda el tema de un niño diagnosticado con el llamado trastorno de espectro autista (TEA), cuyos padres deciden trasladarse a una ciudad más tranquila que Buenos Aires con la ilusión de encontrar allí un lugar que pueda ayudar al hijo a vivir con menos problemas y desarrollar mejor sus habilidades sociales y de comunicación. Ellos eligen, como destino, a Pinamar, una localidad de amplias playas junto al mar y tupidos bosques de pinos y acacias, donde se instalan con el niño y otro hijo mayor, que ronda los 18 años. Y allí comienzan un aprendizaje, que ya no será solo el del niño más chico, sino también el que emprenderán ellos mismos, cada día enfrentándose a nuevos y duros desafíos laborales y de otro tipo, y el del propio hermano mayor. Y así poco a poco constatan que una cosa era la que ellos imaginaron al soñar con una nueva vida en ese lugar y otra la que transitan en la verdadera realidad.
Para charlar con más detalle de esta serie, nuestra revista, Autores, decidió conversar con Pedro Levati, uno de los guionistas y directores de ese audiovisual. Nuestro entrevistado es un profesional con una aquilatada trayectoria en el medio. Egresado de la Universidad del Cine, fundada por el director Manuel Antín, además de guionista y director de varias series y otros trabajos audiovisuales, fue durante 15 años productor de la compañía Macaco Films -actualmente no lo es-; director en Programación y Contenidos del Festival Internacional Buenos Aires Series, que tuvo seis ediciones -la última fue en 2020- y allí se cortó-; y tutor de proyectos ganadores en desarrollo de guiones de series cortas del INCAA desde 2017 y actualmente paralizado como símbolo de la crisis a la que aludíamos al principio de la nota. En el presente, además de los recientes trabajos audiovisuales en los que ha estado involucrado, sigue siendo docente de la Universidad de Cine y en Éter, además de integrante del Consejo de Nuevas Tecnologías de Argentores.
Empecemos la entrevista con Un león en el bosque. ¿Cómo llega la oferta para que seas director de esa serie?
Yo había trabajado ya con la productora de esta serie, Kuarzo, en dos proyectos previos, que se hicieron también para la misma plataforma, Flow: El sabor del silencio y El buen retiro. Fueron proyectos donde había participado también como guionista en el caso de El buen retiro y en ambos como director. Y, cuando se empezó a conformar el equipo para filmar Un león en el bosque, me convocaron como director y, al mismo tiempo, para poder participar de los guiones. En ese momento, había algunos guiones que ya estaban en proceso de formación, sobre todo el primer capítulo, que estaba cerrado, pero al cual, de todos modos, le faltaba un pulido final. Y, en el resto de los capítulos, había que darle también forma. Y entonces ahí es que me incorporé al equipo de guion también.

Los guionistas que te acompañaron fueron Mariano Hueter y Rodo Servino, ¿no?
Sí, pero Hueter, en realidad, fue como el showrunner de la serie y quien me convoca desde la productora para trabajar en conjunto con él. En la instancia en que me convoca, ya estaba instalados el conflicto central y, de alguna manera, los personajes, sobre todo los que pertenecían a la familia de León, el chiquito autista. Ya se había decidido que era una familia que había decidido irse a vivir a una ciudad costera argentina en busca de vivir una existencia con un poco más de paz, pero que se empiezan a percibir que les cuesta mucho encontrar esa armonía, que no es solo el entorno lo que la garantiza la paz, sino también cómo está uno consigo mismo y cómo está con su familia. Y el modo en qué se decide llevar el día a día y encarar los problemas que van a seguir estando, estés viviendo en la costa o en la capital. Allí existe un dilema que plantea la serie, que siempre me resultó interesante, más allá de la temática de autismo. Un dilema que me hizo conocer un montón cosas investigando en el mundo cotidiano de las personas. Como este caso: alguien pretende vivir en paz y para eso toma la decisión de irse a otro lugar, pero al hacerlo fracasa, aquello que pensó iba a ocurrir no sucedió. ¿Qué pasa entonces? Esa persona debe reinventarse una vez más, de lo contrario no sale a flote. Que es un poco lo que aborda la serie junto a otras temáticas, como la del padre que deja toda su vida profesional y se arriesga mucho más allá de lo que debe, teniendo en cuenta su enfermedad. O el tema de qué logros anteriores a esa decisión se debieron resignar al decidir que en el traslado a otro lugar para que el hijo menor tuviera un entorno ideal para avanzar en su problema. E incluso el de la madre, que no resigna su vida profesional, pero está totalmente desbordada porque tiene una vida que la obliga ir vivir en un lugar y trabajar en otro, un desafío que la vuelve loca y con el que no puede más.
Y está el caso también de Julián, el hermano del chico autista.
Exacto. Ese hermano mayor es un personaje que me encanta especialmente. Siento que él es una de las figuras claves en el esfuerzo por ayudar a crecer al chico autista. Es un joven de 18 años que, de repente, se ve obligado a madurar aceleradamente y a cumplir un determinado rol por la situación que le trajo la vida a esa familia y, frente a la cual, sus padres, con todo el amor del mundo, decidieron ponerle un foco especial a uno de sus hijos, el menor, León, que vino al mundo con una problemática que requiere desarrollar una actitud muy puntual con él. Bueno, ¿qué pasa con el otro hermano, el mayor? Ese hermano también tiene padres y requiere atención, aunque distinta a la de León. Y de repente uno ve que es un chico de 18 años, pero que ya está trabajando y que se hace, en gran parte, cargo de su hermano, de ayudarlo a mejorar, a avanzar. Entonces ahí me encontré un personaje que, como varios otros, era muy rico y a mí me generaba mucha empatía y quería saber qué le estaba pasando.
El personaje es muy rico porque, entre otras cosas, está en una edad que es también problemática.
Claro. De hecho, la serie proponía también hablar un poco de ciertas problemáticas de la juventud, que de repente se sienten solos o qué sucede con ellos. Este tema se enfoca en especial a través del personaje de Leila, que es la novia de Julián y que tiene problemas con las drogas e ingresa en un universo muy oscuro. Este personaje se estructura en parte para contrarrestar, o contrastar podríamos decir, con el personaje de Julián, que es muy luminoso. Y respecto a este tema de los contrastes, ahora me acabo de acordar de algo que quería resaltar y se me pasó. Cuando pensábamos este asunto que aborda la serie: el de alguien que se muda a un lugar con la esperanza de encontrar allí la fórmula que le resuelva todos sus problemas y lo haga finalmente feliz, y en vez de lograrlo fracasa, ese contraste lo traté de reflejar también, ya como director, no como guionista, con un planteo estético muy visual y atractivo, hasta diría medio mágico: mostrar la belleza del paisaje boscoso y la playa, lo hermoso y atrapante del lugar en contraposición al caos que vive en ese momento la familia.

O sea, que por más hermoso que sea el lugar en donde vivamos, eso solo no puede resolver ciertos conflictos humanos.
De hecho, hay allí algunas líneas de diálogo que todavía me resuenan cuando pienso en la serie o veo algún fotograma. De repente, el diálogo que los personajes de Federico D’Elía y Julieta Cardinali, los padres, van a tener a la playa y en el que ella, frente a ese panorama deslumbrante que tiene junto al mar y en un día hermoso de invierno, dice: “Y pensar que vinimos a este lugar en búsqueda de paz”. Es la playa sola, sin gente, con la naturaleza en su máximo esplendor, y él le responde que sí, pero que hacía mucho que no visitaban la playa. Ellos viven en una ciudad costera, pero casi no disfrutan de la playa. Tal vez quien está más en la playa es el personaje de Julián, que es el profesor de surf. Pero los padres no, ellos viven el día a día en su trabajo y la madre incluso debe viajar dos por tres a la capital, mientras deben lidiar con la educación de su hijo menor. Para ellos, acercarse a la playa como escenario de recreación no existe. Pero, sin embargo, que se vean en un momento allí y se pongan a replantear algunas cosas de su vida, me parece interesante.
En algún lugar leí que en algún momento se pensó para la serie un final distinto al que tuvo. ¿Qué paso que los hizo cambiar esa idea inicial?
Sí, el final que habíamos pensado era distinto. Recuerdo que, en un momento, en una reunión que teníamos con nuestros guionistas, estábamos encarando el último capítulo. Y hasta ahí, ella finalmente se volvía a Buenos Aires. Un poco lo pensábamos diciendo: bueno, ella se vuelve a Buenos Aires apuntando a su carrera profesional y a ella como mujer. Y luego, después de pensarlo un poco, dijimos: no, no. El personaje lo que tiene que hacer es redoblar la apuesta y decir, esto es acá. Por la muerte del marido ella decide no volver hacia atrás en su apuesta y reafirma lo que ellos habían resuelto: ir a buscar allí la paz y una mejor calidad de vida para León. Y que, justo cuando parece que la empiezan a encontrar, ella amaga que se va a ir para otro lado, pero finalmente reflexiona y decide no hacerlo.
Los dos primeros capítulos de la serie fueron dirigidos por vos junto a Mariano Hueter, pero el resto los dirigiste solo vos, ¿no?
Sí, es así.
Me parece que un rasgo destacable de la serie, además de sus valores artísticos, es que los temas del espectro autista fueron abordados con mucha responsabilidad. ¿Ustedes tuvieron apoyo constante de profesionales en el tratamiento del tema?
Sí, claro. Y algo muy lindo que pasó después del estreno de la serie fue que, tanto al resto del equipo como a mí, nos pasaba que íbamos compartiendo los comentarios que se iban produciendo en torno a la serie. Y pasó que mucha gente dedicada o vinculada al trabajo con chicos dentro del espectro autista o relacionada con la educación, nos iban haciendo comentarios al respecto, sobre la seriedad con que habíamos abordado el tema. En mi caso, me ocurre puntualmente que soy padre de hijos que van al colegio con chicos que están dentro del espectro autista y que conviven con una maestra integradora. Y existe en esas escuelas ciertos protocolos que contemplan lo que debe hacerse si a uno de esos chicos le sucede algo, sufre una situación de inestabilidad o algo parecido. Entonces eso te da un pequeño vínculo con gente que está, que se mueve en ese universo todos los días. Y nos empezó a pasar al equipo que hizo la serie que distintas madres de colegio o maestras de apoyo nos hablaban de lo bien tratado que estaba el tema, o que bien estaba una escena puntual que rescataban. Y a mí me pasó que, al llegar a la puerta del colegio de mis chicos, una maestra me abordó y me dijo que le había quedado resonando una frase de un personaje y que se notaba que el tema se había encarado muy bien, que se había investigado y tomado la problemática con mucha seriedad. Y sí, fue así, y sin ponernos solemnes, podemos decir que tratamos de demostrar esa seriedad en el tratamiento. Y que la gente que realmente está en contacto con esa temática todos los días de su vida te diga que el tema está bien tratado, es muy estimulante.
Cuando uno recorre las obras en que participaste, hay un fuerte predominio en el formato serie, ¿no?
Sí, vengo en los últimos años trabajando en ese formato, pero tengo también proyectos para hacer películas y en este momento estoy montando una obra de teatro que se estrenará este año.
Alguna de tus obras ha sido premiada también.
Sí, El sabor del silencio, en la que fui guionista y director, fue premiada. Y también gané un concurso de historias breves con el corto Te seguiré, que participó en el Festival del MDQ 2019.

Y Un león en el bosque, ¿no tuvo alguna distinción?
Sí,fue declarada de interés cultural por la legislatura porteña. Pero todavía no llegamos a la instancia de festivales, veremos qué pasa a partir de ahora. Tuvo sí una muy buena repercusión de público. Y un hecho interesante fue que llevaron a los actores a distintos programas para hablar de la temática de la serie. O sea que le fue muy bien a nivel de audiencia, de público, pero a la vez tuvo también bastante repercusión en los medios, se instaló bien allí.
Además, fue una experiencia diferente, por lo menos, a tus dos series anteriores.
Sí, fue una película totalmente distinta. Una de ellas era un policial, un thriller, y la otra un conflicto que gira en torno a varias mujeres. Sí, es muy bueno trabajar en distintos lenguajes, uno aprende, conoce gente. Y yo, en ese sentido, soy bastante inquieto y me gusta escribir. Y, entonces, dependiendo también del contexto del país, en el que la producción audiovisual está lamentablemente en baja, uno trata de no quedarse quieto, de no dejarse aplastar por esa situación e intenta seguir escribiendo y busca distintos formatos en los que expresarse.
Me gustaría que me contaras algo de tu experiencia con la obra de teatro.
Bueno, es una experiencia que recién empieza. En este momento estoy terminando de armar el elenco para avanzar con los ensayos de la obra, que se llama El bardo y escribí junto con mi hermano, Eugenio Levati. Con él, precisamente, estamos pensando ahora en la sala donde poder montar la pieza y en su producción. Y estoy entusiasmado realmente con este proyecto. No es mi primera experiencia en teatro, porque yo ya había tenido otras, pero era en microteatro, en formato corto. Esta será mi debut en un formato teatral más tradicional.
Y en el formato audiovisual, ¿hay algo en marcha?
Ahora estoy justo por empezar el rodaje, con la misma productora y para Flow, de la serie sobre la famosa envenenadora Yiya Murano. Ahí voy a codirigir algunos capítulos. En este caso no participé de la escritura de los guiones, que son de Marcos Carnevale. Y, como dije, voy a codirigir varios capítulos la serie, en esta oportunidad con el director Mariano Botter. Empieza el rodaje en estos días. Es un personaje bastante vigente, por lo que sé, no se ha olvidado. De todos modos, la serie va a tener cinco capítulos de ficción y un capítulo documental que voy a dirigir y también lo estoy escribiendo junto a Rodolfo Palacios, que es autor del libro en el cual se base la parte de ficción e hizo una asesoría, además. Al mismo tiempo Netflix está produciendo un documental que tiene mucha investigación sobre Yiya Murano, pero que es más de estilo policial, más del caso. En la serie que intervengo estamos intentando, para diferenciarlo de ese material, de darle un enfoque que gire en torno a la pregunta de por qué Yiya Murano, que era una asesina, se volvió luego un personaje tan mediático, al punto de que firmaba autógrafos por la calle. Estuvo casi tres años presa por matar a varias mujeres y le terminan, por falta de pruebas contundentes, de levantarle los cargos y la dejan en libertad. Y empieza a visitar una gran cantidad de programas televisivos. Va a lo de Mirtha Legrand tres veces, la entrevista el conductor Chiche Gelblung, Soledad Silveyra y fue al programa Duro de domar. Hubo un musical sobre Yiya Murano en la avenida Corrientes, después hubo una banda de rock que se llamó Los Yiya Murano. Se volvió un personaje popular, una suerte de celebridad. Y nos preguntamos: ¿cómo llega a esta situación. ¿Qué nos pasa a nosotros incluso como sociedad para que ese personaje se haga tan popular? Una mina deplorable. Además, lo de las tres amigas que mata es lo que se sabe, porque ella era una estafadora y con esas tres amigas, cuando el asunto se le volvió inmanejable, optó por matarlas, pero se rumorea que pudo haber muchas más víctimas. Y, de pronto, ese personaje se vuelve popular. ¿Qué nos pasa? Así que a serie va por ese lado, en esa búsqueda.
Me gustaría también que me hablaras de tus primeros trabajos, como la serie Estilo Ester y otras más.
Estilo Ester fueron dos series de capítulos cortos, transmitidos en dos temporadas. Y después vino Noche de paz, Noche de amor y Noche de estrellas, una trilogía con los personajes de una misma familia, pero en contextos distintos, que hicimos en ese momento para Contenidos Públicos y estuvo en Contar y dos de ellas participaron en un festival de Cannes en series de esa duración. Fueron sí mis primeros trabajos.

Se las denominado también miniseries.
Sí, tal vez se le pueda definir así.
¿Qué diferencia encontrarías en trabajar en una serie por encargo y otra que es de tu propia iniciativa?
Por un lado, creo es muy satisfactorio trabajar en esos proyectos que sabes que tienen mucha visibilidad, que van a una plataforma grande, con una productora grande, con grandes elencos, te da mucha experiencia, musculatura. Pero también trabajo en mis propios proyectos, como ahora la obra de teatro, o series un poco más independientes. El año pasado se estrenó también una serie en la que participé como armador y showrunner, llamando a distintas autoras. Salvo en mi caso, las distintas participantes fueron mujeres. Cada una de ellas hizo una adaptación de una obra en microteatro, o sea formato corto, destinada a ser un capítulo de una serie audiovisual, que se llamó Somos, y se estrenó en Luz UTB (un canal de streaming) y ahora no está ninguna parte. Se trató de un trabajo muy independiente, de formato distinto al de Flow y Cuarzo, diferente incluso en la forma que se produjo. Allí yo coescribí dos capítulos y dirigí uno. Una experiencia realmente muy linda y profesional, y de mucha calidad, además. Íbamos filmando un capítulo cada tanto con un elenco totalmente nuevo, pero a la vez manteniendo una unión entre los capítulos. Son capítulos de media hora y todos adaptados de una obra de teatro. Son proyectos en los que tal vez no hay un rédito económico muy importante -aunque también lo hay- y que en general los siento más míos. Es muy satisfactorio cuando trabajas en algo que sentís como muy propio, aunque en los más industriales, en los que te llaman y contratan uno trata siempre de introducir algún rasgo personal que, aquellos que te conocen, a menudo lo detectan. Es inevitable que aún allí se trata de introducir la impronta del autor. Pero, como digo, en esas obras de teatro o guiones que son enteramente tuyos vos ahí estás al cien por ciento. En Un león en el bosque, siento que muchas frases de las que aparecen en los personajes son enteramente mías, más allá de que me han convocado y la temática y los personajes ya me llegaron a mí desde el primer capítulo y desde allí se avanzó.
A.C.