En el primer aniversario de la muerte de Tito Cossa 

Siempre presente 

En 1984, en mi condición de “pibe de barrio-cero teatro”, vi en el teatro Cervantes De pies y manos, maravillosa, áspera metáfora de la argentinidad, con Alfredo Alcón, Carlos Carella, Cristina Banegas, Lidia Catalano y Claudio Gallardou. La dirección era de Omar Grasso, la música de Jorge Valcarcel y la autoría… de Tito Cossa. Así lo conocí o, mejor dicho, empecé a conocer su increíble obra, porque él ya era quien era y seguiría siendo, cada vez más: un ícono de nuestro teatro y de nuestra cultura toda. Fascinado, salí del Cervantes convencido de que quería hacer eso…. no sabía cómo, pero lo quería ya, como propone la canción de Sumo. Escribir teatro, acercarme a esos mundos, a esas poéticas. No había elegido al teatro; el teatro me había elegido a mí. ¿Y saben por “culpa” de quién? Vayan adivinando. 

Tito, junto a la Comisión Asesora de Nuevas Tecnologías

Meses después, una convocatoria de Teatro Abierto para el ciclo 1985 me encontró presentando los pocos palotes que llevaba escritos hasta ese momento. ¿Quién seleccionó mi texto? Adivinen, sigan adivinando… un año después, en la última edición de aquel ciclo bisagra de la historia cultural y política del país (aquella última edición se llamó Nuevos autores, Nuevos directores), tuve la fortuna de estrenar mi primera pieza: Acadentro. ¿Quién, junto a Mauricio Kartún, había coordinado el grupo de aspirantes que durante ocho meses trabajamos los textos que integrarían aquel ciclo? Aquel último Teatro Abierto cumplió con su finalidad: fuimos varios y varias los que tuvimos la suerte de debutar como autores/as, y que después elegiríamos a la dramaturgia como herramienta de expresión.  

¿Y quién, en años posteriores, abrió las puertas de su propia casa, más de una vez, para nuclearnos en talleres donde reunirnos y formarnos, sin cobrarnos un peso, por pura vocación de servicio, porque amaba lo que hacía? ¿Y porque amaba la dinámica de sostener proyectos hasta las últimas consecuencias? 

¿Y quién encabezó, una y otra vez, incansable, movimientos y movidas para defender y fortalecer al teatro nacional? ¿Y quién me invitó, más de una vez, a acercar mis textos al querido Teatro del Pueblo, donde se han estrenado, a la fecha, nada menos que seis obras de mi autoría? Allí debuté como director, guiado por él, con un texto de su amigo y también gran autor, Carlos Somigliana. Después de más de 40 años de escribir y escribir, no puedo soslayar que la mirada de este hombre sabio y talentoso siempre estuvo ahí, guiándonos y ayudándonos, a unos cuantos autores y autoras de mi generación que, sin su apoyo y ejemplo, no hubiéramos pasado de ser “promesas”, o tal vez ni siquiera eso. 

El miércoles 5 de junio del año pasado, Mariano, su hijo, entrañable amigo y también talentoso autor y músico, me propuso acompañarlo al Cervantes, donde se ofrecía una función de preestreno de Un guapo del 900, de Samuel Eichelbaum, con música del propio Mariano y.… adaptación del propio Tito. Volver a sentarme en esa platea, frente a aquel mismo escenario donde todo había empezado, 40 años antes, con De pies y manos, me movilizó profundamente. De alguna manera, y teniendo en cuenta que ya su estado de salud se había complicado seriamente, sentí que era una despedida. Y podemos prescindir del “de alguna manera”. Pocos días antes había estado en Argentores (donde, incansable, seguía al frente de la Comisión de Cultura) en la reunión de nuestro Consejo de Nuevas Tecnologías. A pesar de las serias limitaciones físicas, participó en la reunión y fue, como siempre, artífice de un proyecto: el de las charlas sobre IA que, merced a su empuje y coherencia, se convirtieron en el ciclo que anualmente ofrecemos en el mismo Espacio Encuentro donde se originaron, insisto, gracias a su iniciativa. Imparable, lúcido, emprendedor y, cuando las circunstancias así lo requirieron, dirigente ejemplar en la presidencia de Argentores… además de dueño de un talento único e indiscutido, condiciones que lo convirtieron en un lúcido lector de nuestras debilidades y flaquezas, nos dejó una obra incomparable, pero sobre todo un ejemplo de lucha y coherencia, también únicos. Lo que pocos saben, es que, además, era un lector exquisito, profundo y certero, solidario, pero también implacable, y que esas cualidades lo convirtieron en un docente también extraordinario.   

Personalmente debo admitir que me costó (y de alguna manera, a un año de su partida, me sigue costando) despedirme de él. Lo sigo viendo en Argentores, o en el Teatro del Pueblo, o en su casa donde tuve la fortuna de haberlo visitado poco tiempo antes de su partida. Costará, pero en algún momento nos caerá la ficha de que nos falta. Quedarán sus obras, y todo lo que hizo (como militante de la cultura y de las causas justas, férreo defensor de los derechos del autor y por extensión del ser humano, etc.), y que no entra en este, por fuerza, limitado espacio. Como no podía ser de otra forma, eligió para despedirse el día que estrenaban un texto suyo (insisto, la notable adaptación de Un guapo del 900.) Coherencia absoluta: había nacido un 30 de noviembre, Día Nacional del Teatro. ¡Maestro querido, impenitente boquense! Siempre, siempre presente en nuestros corazones. 

Luis Sáez
Dramaturgo, director e integrante
de la Comisión Asesora de
Nuevas Tecnologías de Argentores.