EL ETERNAUTA Y LOS NUEVOS FORMATOS

Nadie se salva solo

Hay ficciones que trascienden el tiempo.

Que, como el copo de nieve mortal del Eternauta, flotan sobre generaciones y se vuelven metáforas universales. La historieta de Héctor Germán Oesterheld no es sólo un relato sobre una nevada venenosa en Buenos Aires: es también una brújula para entender cómo los relatos se reinventan frente a los cambios tecnológicos y sociales. Si uno piensa en la consigna “lo viejo funciona”, aparece la paradoja de El Eternauta. Nacido en 1957, sigue interpelando hoy, en un 2025 saturado de pantallas, redes y algoritmos. Lo viejo funciona no porque sea anacrónico, sino porque contiene un pulso vital que ninguna innovación logra reemplazar: la potencia del relato colectivo.

En un tiempo donde cada plataforma invita a ver “lo tuyo” en la intimidad de un dispositivo, El Eternauta recuerda que el verdadero motor narrativo es lo común, lo compartido, esa trama invisible que nos une en la ficción y en la vida.

Una ficción que anticipó el futuro de los formatos

El Eternauta siempre fue, en esencia, un relato transmedia antes de que esa palabra existiera. Se publicaba por entregas semanales, con cliffhangers (finales de suspenso) que obligaban a esperar la siguiente dosis de aventura. Ese mecanismo -esperar, conversar, especular- era el equivalente a lo que hoy llamamos “enganche de plataforma”.

Netflix, YouTube o TikTok viven de la misma ansiedad que Oesterheld diseñó en cada viñeta: la promesa de un mañana que no puede esperar. En ese sentido, lo viejo funciona porque ya contenía la semilla de lo nuevo. La serialidad, el suspenso dosificado, la inmersión en un mundo reconocible y cercano (Buenos Aires, sus casas, sus plazas) anticiparon lo que hoy llamamos universos narrativos expandibles.

El Eternauta fue siempre un espejo: nos mostró que el relato funciona mejor cuando se habita, cuando el lector siente que esa nevada también puede caer sobre su techo.

Nadie se salva solo (ni en la ficción ni en el mercado)

El lema eterno “nadie se salva solo”, es más que una consigna. Es un mapa de cómo funcionan los relatos en la era del streaming. Una serie, un guion, una película no sobreviven aislados: necesitan comunidad. Las conversaciones en redes, los foros de fans, los videos de reacción, todo ese ecosistema participativo no es accesorio: es parte del relato mismo. El espectador ya no sólo “consume”, sino que colabora en la expansión.

Del mismo modo, el creador ya no escribe en soledad. Detrás de cada guionista hay equipos, datos, analistas de audiencias y, cada vez más, inteligencias artificiales que sirven de ping pong creativas, ofrecen variaciones, traducen diálogos, generan storyboards (guiones gráficos) o recomiendan estructuras. La ficción contemporánea es también una obra colectiva, donde el autor se convierte en coordinador de múltiples fuerzas. Como Juan Salvo y su grupo en la resistencia: el guionista hoy debe aprender a armar cuadrillas narrativas.

También podemos señalar otro estilo innovador, el autor habla directamente con su público, hay también una realidad de ficción inmersiva, donde en el clásico de la historieta, el protagonista visitaba al guionista en su casa de Vicente López. Rompiendo la pared de lo ficcional a lo testimonial, como experiencia real de una invasión que iba a suceder.

El concepto de romper el límite entre ficción realidad (personaje y su creador) y trabajar tiempo no sucedido como promesa de los acontecimientos futuros, marca también un antes y después, y un acercamiento a lo inmersivo, donde se invita al espectador a ser parte de esa experiencia. Una invasión que también afectara al lector. Un avatar vinculante al estilo de los videogames de aventuras narrativas.

De la nevada a la nube: tecnologías e IA

La adaptación de El Eternauta al formato serie abre un puente insospechado. Porque ya no hablamos solo de viñetas o capítulos: hablamos de pantallas múltiples, IA generativa y herramientas digitales que reconfiguran el mismo mito. Las nuevas tecnologías permiten recrear una Buenos Aires sitiada con realismo hipertridimensional, con tormentas digitales que caen no sólo sobre la ciudad, sino también sobre las pantallas de millones de hogares.

Los algoritmos de recomendación empujan la serie hacia públicos internacionales, rompiendo fronteras que antes eran de papel. Y la IA, integrada en la producción, colabora en la generación de efectos, en el doblaje automático, en la traducción instantánea y hasta en la simulación de voces perdidas.

Paradójicamente, esa maquinaria futurista reafirma el mensaje original: nadie se salva solo. Ni los guionistas sin equipos, ni las plataformas sin comunidad, ni la IA sin criterio humano. Lo viejo funciona porque lo esencial no cambia: las historias que perduran son aquellas que hablan de lo común, de la lucha compartida frente a lo desconocido.

El Eternauta no es sólo un clásico argentino: es un manual vivo sobre cómo narrar en tiempos de incertidumbre. Nos enseña que los formatos cambian, pero el pacto narrativo sigue siendo colectivo. Y que incluso cuando la inteligencia artificial interviene, cuando los algoritmos distribuyen o los efectos digitales reconstruyen tormentas imposibles, hay una verdad que se impone: la narrativa humana, los relatos que nos salvan son aquellos que recordamos juntos.

Ramiro San Honorio