EL FALLECIMIENTO DE JORGE MAESTRO
Un autor que marcó época en la televisión nacional

Jorge Maestro, destacado guionista y presidente del Consejo de Televisión de Argentores, tal como se informó oportunamente, falleció el 18 de agosto pasado en la Ciudad de Buenos Aires. Había nacido el 13 de septiembre de 1951 y desarrolló una importante obra a lo largo de su extensa carrera. Tras obtener el título de maestro normal nacional en 1969, inició la carrera de Ciencias de la Educación en la Universidad de Buenos Aires. En 1971, asistió al seminario de formación actoral de la Universidad de Buenos Aires y, más tarde, se formó en dirección teatral y en actuación con el profesor Augusto Fernandes.
Su trabajo autoral la desarrolló en televisión, cine y teatro, aunque indudablemente su mayor reconocimiento llegó a través de sus guiones televisivos que marcaron una época en nuestro país con historias que disfrutaron todas las generaciones. Gran parte de su labor autoral la llevó a cabo en sociedad con Sergio Vainman, con quien escribió los guiones de éxitos históricos como Zona de riesgo, Montaña rusa, Clave de Sol, Amigovios, La banda del Golden Rocket, Como pan caliente, Hombre de mar, Gerente de familia y Los machos, entre otros programas. También fue coautor de historias como Son amores, El sodero de mi vida y Por amor a vos, entre otras.

En teatro y cine su producción autoral también fue muy destacada. Asimismo, en 2004 fue director de contenidos de ficción en América TV, ocupando el puesto durante solo un año. Durante los años 2005 y 2006, fue director del departamento de guionistas de telenovelas de Canal 13 de Chile. Era miembro de la junta directiva de Argentores, donde ejercía la presidencia del Consejo Profesional de Televisión, y también se desempeñó como Director de Audiovisuales del Fondo Nacional de las Artes. Creó, además, la carrera de Guionista de TV para el ISER y dirigió talleres de guion junto a Pablo Culell.
A lo largo de su carrera recibió numerosas distinciones entre las que destacamos: Premio de Honor Televisión de Argentores; Personalidad destacada de la Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, distinción otorgada por la Legislatura de la Ciudad; Premio Nuevas miradas al mejor guion por Historia clínica; Premio Argentores al mejor unitario, por Historia clínica; Premio Argentores, por El sodero de mi vida; Premio Martín Fierro, por La Banda del Golden Rocket, Zona de Riesgo (también como productor) y El sodero de mi vida; Premio INTE a la telecomedia del año por El sodero de mi vida; Premios Konex. También fue merecedor del Diploma al mérito en el rubro «guion de cine y televisión», conjuntamente con Sergio Vainman; Premio Midia (España) al mejor programa infantil por Amigovios; Premio Prensario; Premio Martín Fierro como mejor autor por Estado Civil y Zona de Riesgo. Recibió también el Premio Argentores por Los días contados, mejor unitario; Gente como la gente, mejor telecomedia; Zona de Riesgo, mejor unitario; y Los Machos, mejor unitario.
Días después, conversamos con Sergio Vainman en la misma cafetería de la entidad donde Maestro estuviera tantas veces, tras la propuesta de Autores de formalizar un diálogo en el que primara la sonrisa, la memoria de aquellas infinitas horas laborales compartidas, el recorrido por ese territorio de seis décadas, atravesado por ambos con singular intensidad.

¿Recordás un momento inesperado, absurdo, insólito, de los tantos que han pasado juntos?
Fueron miles. ¡Es que es tan difícil elegir uno! A ver, una situación muy graciosa ocurrió cuando escribíamos tres telenovelas a la vez; ya no nos daban las manos. Hablo de 1982, hace ya 43 años. Teníamos con Jorge una oficina en Corrientes, entre Larrea y Azcuénaga, en un octavo piso. Bueno, una señora venía a limpiar, era parte del servicio que daba el edificio. Nosotros, para ahorrar tiempo, decidimos por momentos no escribir, sino grabar los textos de las telenovelas en casetes, y luego el audio de esos casetes era desgrabado por dos secretarias. Ellas transcribían todo tal cual. Nosotros sabíamos que 19 vueltas marcadas en el contador del grabador, a un ritmo normal, equivalían a una página, con lo cual ya teníamos noción del tiempo. Grabábamos el diálogo, a veces solos y a veces entre los dos para hacerlo más rápido e intenso. Cuando hacíamos un capítulo cada uno por separado, no teníamos, claro, el famoso cono de silencio del Agente 86. Entonces usábamos los escritorios, como aislantes acústicos y nos metíamos debajo de ellos a grabar, porque era la única manera de aislarse de lo que decía el otro, en la oficina de al lado. Pero, a veces, grabábamos las dos escenas (de todo tipo, comedia o dramática). Era un diálogo que iba a ser el que luego repetiría la pareja protagónica. Cada uno jugaba un rol, según fuera. De repente, en mitad de todo, entraba de golpe la señora a pasar la aspiradora y escuchaba y veía a dos señores tirados -cada uno debajo de un escritorio, además- decirse “Te quiero como no se puede querer” y cosas así. Ella no sabía, no entendía, no tenía la menor idea a qué nos dedicábamos nosotros. Venía y veía a esos dos tipos tirados abajo del escritorio, hablando solos o entre ellos haciéndose el amor a través de las palabras, en una situación totalmente absurda, fuera de todo contexto. Yo creo que si le hubiéramos explicado de qué se trataba todo… tampoco lo hubiese entendido; era algo imposible para alguien que no fuera del medio. Es muy gracioso recordar que nos empezamos a dar cuenta un día que la señora cada vez limpiaba más rápido, que tardaba menos, porque se sentía muy nerviosa, medio inquieta. Nosotros seguíamos firmes, porque era nuestro laburo, como si nada, y había que entregar los libretos. Ella nunca se enteró que fue parte de la gran historia de la creación de una telenovela, como testigo directo. Increíble.
¿En cuanto a estilo, había diferencias entre ustedes?
En los años que nosotros escribimos -que fueron muchos- pasamos por las manos y ojos de infinidad productores, de actores, de directores, o de ejecutivos, que leían nuestros libros. Nunca, jamás nadie, pudo discernir qué parte había escrito cada uno de nosotros. Nunca. A la hora de escribir adoptamos un estilo común que respetamos a rajatabla siempre. Teníamos una manera de pensar cercana y también un estilo de hablar parecido. Es que nos conocíamos desde los doce años.

¿Creés que Jorge tenía alguna predilección por un estilo, un tipo de ficción?
Sí. A él le “salía” más naturalmente la comedia. Tenía una propensión hacia ella.
¿Jorge contaba con algún actor o con una actriz preferido o preferida para escribirle, se sentía más cómodo creando para alguien en especial?
Es muy difícil. Tal vez el Tano Rodolfo Ranni. Pero con todosestuvo -estuvimos, en realidad- cómodos.
¿Se quedaron con ganas de escribirle una ficción a alguien en especial? En el libro Maestro yVainman, donde repasan 36 años de labor autoral en conjunto, por ejemplo, hablan de Tita Merello.
Cuando trabajó con nosotros, ya estaba grande. Había hecho La Madre María, no quería trabajar más. Lo que sí hacía era charlar, conversar. La aprovechamos cuando simplemente contaba cosas de su vida.
¿A qué proyecto ustedes no le tenían fe y funcionó y por el contrario, a cuál apostaron y no anduvo?
Amigovios fue un proyecto que nació como un infantil para el verano, para tres meses. Originariamente pensamos que iban a ser sesenta capítulos. El programa funcionó tan bien que duró doscientos cincuenta. Por el contrario, diría, tal vez, Sueltos fue una decepción; tenía muy buen elenco (Florencia Peña, Facundo Arana) y una buena propuesta. Por esas cosas de la tele no anduvo. Nosotros pensábamos que iba a caminar muy bien.
¿Cómo era la rutina diaria desde el punto de vista operativo?
Depende del programa. Ejemplo: Clave de sol. Trabajábamos a dos máquinas, como los conciertos a dos pianos. Uno enfrente del otro. Uno llevaba el timón del capítulo -tenía la escaleta en la cabeza, digamos- y le iba diciendo al otro: “escribí así una escena entre Fulano y Mengano, con la presencia de Perengano, etc.”, sobre un tema determinado, mientras el escribía otra cosa. Y en el capítulo siguiente, era al revés.
¿Podemos pensar en cuál de todos los programas que ustedes hicieron, Jorge disfrutó realmente más?
Creo que con Los machos. Él se divertía mucho escribiéndolo. Bueno, yo también. En esa época, nosotros teníamos un equipo que nos ayudaba, pero Los machos… lo hacíamos los dos. Solos. No se metía nadie.

Fuera del hábito laboral: ¿en qué coincidían? Hablamos de tiempo libre, gastronomía, deportes, hobbies, hábitos, figuras históricas, artistas, etc.
En música teníamos gustos parecidos: Serrat, Gardel. Íbamos de Sabina a Los Beatles, pasando por Spinetta o Charly. En cine lo mismo. En deportes, en cambio él era mucho menos futbolero que yo. A Jorge no le interesaban los deportes, en realidad.
¿Hubo algún momento en que percibieron que tenían una mirada muy distinta en cuanto a un personaje, al curso de una historia, a la personalidad de un protagonista?
Muchas veces. Pero lo resolvíamos.
¿Tenía Jorge una cábala, una palabra “maldita”?
Era cabulero…como todos lo somos en este ambiente. Y tenía algunos innombrables (risas) Sí tenía Jorge algún tema que no le gustaba frecuentar. Eso sí.
¿Cuál?
No le gustaba meterse con el esoterismo, por ejemplo. Él tenía afinidad con ese tema. Era algo que para él había que tomar con mucho cuidado. Y entonces, prefería no meterse con lo fantástico.
Cuándo no le llegaba la inspiración y aparecía el famoso trauma de la hoja de blanco,¿cómo era?
Cuando escribís televisión, eso no te puede pasar. Cuando no hay inspiración, hay transpiración. Pero, a veces, si estaba más vago, dejaba todo. Se iba y se despertaba a las tres de la mañana y podía escribir tres horas. Les ponía garra a esos bajones que a todos nos pasa.
¿Estaban preparando algo cuando ocurrió el fallecimiento de Jorge?
Sí, un espectáculo teatral, que empezamos a escribir hace un par de meses sobre Artistas Argentinos Asociados, la historia de la empresa creada por Enrique Muiño y Elías Alippi para la producción de películas; la estábamos preparando (con dieciséis o diecisiete páginas escritas ya), era un espectáculo teatral combinado, raro, con partes de comedia. Quedó en el tintero. También teníamos otro proyecto, una comedia teatral a la que le quedó la última escena por hacer. Escribimos la última escena, no nos gustó. La reescribimos. Quedamos en reescribirla en la semana anterior a su muerte, el 20 de agosto. El último mensaje de Jorge fue: “Si me baja el ángel, hago un borrador y la escribo”. Eso fue un viernes. El domingo murió. Así que el ángel quedó para otra cosa. Para cuidarlo.

La despedida
Tras su fallecimiento, Sergio Vainman, vicepresidente 1° de Argentores, publicó este texto que compartiremos a continuación, el cual fue subido en los plataformas de la entidad y donde recuerda de este modo a su “hermano de la vida, mi otro yo”.
Aquí reproducimos su muy sentida despedida:
“Hay un territorio del recuerdo que es intocable.
Capaz de soportar las peores tormentas y permanecer. Lo único que puede sobreponerse a la empecinada costumbre humana de olvidar. A veces, ese territorio pertenece a la infancia, otras a la juventud, o a la madurez, pero ni siquiera importa cuándo fue porque esa tierra no sabe de edades, ni de años, ni siquiera de días. Es simplemente un álbum con pedazos de la vida, retazos, recortes que la memoria, caprichosa y absurda, conserva solo para que tengamos claro de dónde venimos, qué somos, qué hicimos.
Acaba de morir Jorge Maestro, mi amigo de más de 60 años, mi hermano de la vida, mi otro yo.
El Maestro Vainman del doble apellido para muchos que nos hicieron uno. Nos despedimos, la última vez, con un abrazo que anunciaba este final, previsto por su inteligencia y presentido por mi pesimismo.
Y ahora que él, con el cuerpo cansado de sufrir, cortó ese cable tan finito que lo unía a esta vida que lo maltrataba una y otra vez, yo me conecto a cosas que renacen en ese territorio inalcanzable para los demás y que, a la vez, me cuenta quién fue Jorge, me hace acordar a todo lo fui y soy, a lo que nos trajo hasta aquí en este largo viaje. El recuerdo vivo de los pupitres escolares pegados en el Mariano Acosta, el de los primeros ensayos adolescentes con palabras inseguras y un teatro que empezaba a ser la forma de mostrarnos al mundo como dupla, el de nuestros esfuerzos y nuestras decepciones, de melancolías ocultas y complicidades secretas, de peleas empeñadas espalda contra espalda para defendernos de un mundo difícil, el de haber funcionado en una simbiosis tal que nadie supo nunca qué parte de las obras escribió uno y qué el otro. Son fotos en blanco y negro, pequeñas postales de lugares y emociones compartidos, videos cortos de temas cotidianos. Nada extraordinario, nada digno de escribirse en un ensayo y sin embargo, sólido como un baúl cargado de emoción, integrado en la piel, describiendo el pasado.
Esas imágenes y esos sonidos no alcanzan para una película, solamente cuentan para mí y resultan casi imposibles de compartir, porque están impresos con tinta invisible y grabados en una frecuencia que no exhibe ninguna plataforma. Son los recuerdos que se guardan entre hermanos, como bien o como mal de familia. Esas cosas chiquitas que te pasaron quién sabe cuándo y de las que nadie más se enteró, y que a ninguno contaste porque ya estaban compartidas y bastaba. Porque ser hermanos es, precisamente eso, compartir la bitácora de viaje.
Probablemente, la relación entre hermanos sea la más difícil de llevar adelante. Porque se compite y se compara, se ama y se pelea al mismo tiempo. Porque es un espejo deformado y una medida humana que nos contempla, alguien que nos acompaña, nos juzga, nos quiere y nos protege y al que queremos, protegemos y juzgamos todo el tiempo. El primer par y también el primer impar. Todo junto, todo mezclado como en ese territorio del recuerdo donde las fotos se mezclan y remezclan hasta formar esa pasta de dolor y sonrisa que evoca al que no está.
Escribo con la inútil esperanza de exorcizar la tristeza y porque es la única manera que tengo de dejar salir a los fantasmas y a los terrores que te asaltan cuando un igual se va. Pero, a la vez, admito la derrota: no puedo alejar la tristeza ni a los fantasmas. Están ahí. No me acechan ni me exigen, me acompañan.
Solo una virtud tiene la evocación del territorio del recuerdo: en él nadie sufre ni se angustia.
Está limpio de dolores y sufrimientos.
Tiene luz y borra las tinieblas.
Resplandece y deja correr las lágrimas que lavan el dolor de haber perdido a un grande de verdad, esos que se imponen sin aspavientos ni artificios, porque están hechos de madera noble, la que construye cunas y catedrales con la misma simpleza, la rama que nace del corazón de los buenos.
Shalom, Jorge, mi hermano.”
Sergio Vainman



